Apocalípticos e integrados es un ensayo publicado originalmente en 1964, en el que Eco propone un análisis sobre la cultura popular y los medios de comunicación masivos.
Umberto Eco. Foto: Sergio Siano |
Umberto Eco (1932-2016) fue un escritor, filósofo y profesor de la Universidad de Bolonia (Italia). Autor de numerosos ensayos sobre semiótica, lingüística y filosofía, es considerado uno de los teóricos más influyentes en Ciencias de la Comunicación del siglo XX.
En la obra se puede evidenciar la presencia dos posiciones opuestas ante la cultura: la apocalíptica (quienes consideran que la cultura de masas promovida por los medios masivos de comunicación -mass media- es nociva y perjudicial para el adecuado desarrollo de la sociedad) y la integrada (quienes consideran que la cultura de masas cumple funciones necesarias para el mantenimiento democrático del sistema social). A lo largo del libro, Eco presenta, los argumentos utilizados por los defensores de cada una de estas dos posiciones.
En “Apocalípticos e integrados”, Eco nos expone los diferentes medios de comunicación que hay en la actualidad, como ser: las revistas, periódicos, televisión, entre otros. Lo cual nos dice que hace revivir una época de crecimiento cultural, donde todos estamos en el centro de ese desarrollo industrial.
Por otro lado, el autor hace el enfoque acerca de los apocalípticos, los cuales no aceptan que la cultura tenga un avance evolutivo y se vaya esparciendo de forma masiva para todos. Por su parte, los integrados, consideran que la cultura evolutiva debe expandirse para el beneficio de todos. Además, piensan que deben defender los medios para ampliar la cultura, ya que propicia el desarrollo y un futuro “prometedor”.
Las acusaciones contra la cultura de masas giran en torno a ideas ya planteadas por Nietzsche: la desconfianza hacia el igualitarismo, hacia el ascenso democrático de las multitudes, hacia el razonamiento hecho por los débiles y para los débiles y, por fin, hacia el universo construido, no a la medida del superhombre, sino a la del hombre común. El modelo humano sobre el que se basan las críticas asociadas a la cultura de masas, escribe Eco, es fundamentalmente clasista: de un lado, el gentilhombre del renacimiento, culto, meditabundo, cuya condición económica da lugar a su reflexión interior; de otro, el hombre común de una civilización de masas.
Desde la mirada de Eco, la cultura de masas es un hecho industrial que experimenta condicionamientos de cualquier actividad industrial. El error de los apologistas, sostiene Eco, estriba en creer que la multiplicación de los productos industriales es de por sí buena y que no debe ser sometida a crítica. El error de los apocalípticos-aristocráticos, por su parte, consiste en pensar que la cultura de masas es radicalmente mala porque es en sí misma un hecho industrial.
Los problemas, afirma el filósofo italiano, están mal planteados. La pregunta “¿es bueno o malo que exista la cultura de masas?” debe plantearse en cambio de la siguiente forma: “en tanto que, en una sociedad industrial, es inevitable la existencia de los mass media, ¿qué acción cultural es posible para hacer que estos medios de masa puedan ser vehículo de valores culturales?”.
El problema de la cultura de masas, concluye Eco, es que, en la actualidad, es manipulada por “grupos económicos” que buscan propósitos de lucro y es realizada por “ejecutores especializados” en suministrar lo que se estima de mejor salida, sin que tenga lugar una intervención masiva de los hombres de cultura en la producción.
Bajo la línea de una sociedad consumista de entretenimiento, Vargas Llosa (2009) expresa que la civilización del espectáculo trata sobre un mundo en el que el entretenimiento está en la cima del tapete en la escala de valores actuales, donde pasar un buen rato, escapar del aburrimiento, es una pasión universal.
Este ideal de vida es perfectamente legítimo, por supuesto. Solo un fanático puritano podría reprochar a los miembros de una sociedad que desean proporcionar entretenimiento, recreación, humor y diversión a las vidas generalmente enmarcadas por rutinas depresivas ya veces entumecedoras.
Pero convertir esa inclinación por pasar un buen momento en un valor supremo a veces no da los resultados que esperamos. Estos incluyen banalizar la cultura, la difusión de la superficialidad y, en el campo específico de la información, la proliferación del periodismo irresponsable, que se alimenta de chismes y escándalos.
Después de la Segunda Guerra Mundial se produjo un notable debilitamiento de los parámetros morales, comenzando con la vida sexual, tradicionalmente controlada por las iglesias y el secularismo mojigatos de las organizaciones políticas, tanto de derecha como de izquierda.
Esta encomiable filosofía a menudo ha producido el efecto no deseado de trivializar y popularizar la vida cultural, donde cierta trivialidad formal y la superficialidad de los contenidos de los productos culturales se justificaban por el objetivo cívico de alcanzar más usos.
Cantidad a expensas de la calidad. Este criterio, una inclinación compartida por los peores demagogos en el ámbito político, causó reverberaciones imprevistas en la esfera cultural, incluida la desaparición de la alta cultura, que es necesariamente una minoría debido a la complejidad y, a veces, inescrutabilidad de sus claves y códigos.
La masificación del concepto de cultura. La cultura se define casi exclusivamente en su sentido antropológico; en otras palabras, la cultura refleja todas las manifestaciones de la vida comunitaria: sus idiomas, creencias, usos y costumbres, vestimenta, técnicas, en resumen, todo lo que se practica, se evita, se respeta y se abomina la comunidad.
En este sentido, Vargas Llosa nos plantea el desafío de analizar el contexto histórico en el cual la corriente de estos tiempos no nos deja meditar ni reflexionar. Es evidente que la tarea no es fácil, las distracciones para el sujeto son innumerables.
CONCLUSIONES
Es evidente que la industria cultural se expandió por todo el mundo, convirtiéndonos en seres pasivos acríticos. Situación que debería cambiar, ¿quiénes? Muy posiblemente está en manos de nosotros los comunicadores.
Comparto la conclusión de Vargas Llosa (2009) al indicar que:
No está en poder del periodismo por sí solo cambiar la civilización del espectáculo, a la que ha contribuido parcialmente a forjar. Esta es una realidad enraizada en nuestro tiempo, la partida de nacimiento de las nuevas generaciones, una manera de ser, de vivir y acaso también de morir del mundo que nos ha tocado, a nosotros, los afortunados ciudadanos de estos países a los que la democracia, la libertad, las ideas, los valores, los libros, el arte y la literatura de Occidente nos han deparado el privilegio de convertir al entretenimiento pasajero en la aspiración suprema de la vida humana y el derecho de contemplar con cinismo y desdén todo lo que aburre, preocupa y nos recuerda que la vida no sólo es diversión, también drama, dolor, misterio y frustración.
BIBLIOGRAFÍA
BALLESTER, A. M. (2014). A propósito de los cincuenta años de la publicación de Apocalípticos e integrados. AdVersuS: Revista de Semiótica, XI(27), 59–65. (Ver en PDF aquí)
ECO, U. (1984). Apocalípticos e integrados (7ª ed.). Sevilla, España: Editorial Lumen. (Ver en PDF aquí)
VARGAS LLOSA, M. (2009, 28 febrero). La civilización del espectáculo. Recuperado 29 febrero, 2020, de https://www.letraslibres.com/mexico-espana/la-civilizacion-del-espectaculo
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